Vivimos en un mundo de perro, pero el cine resiste
- QAFF Fundation
- 11 ago
- 3 Min. de lectura
En los aeropuertos, los perros olfatean maletas buscando harina; en los parques de Bogotá, sustituyen a los hijos; en los salones burgueses de París, reemplazan a los amigos. Vivimos en un mundo de perro, decía el otro día, y lo más irónico es que, en medio de esta sobredosis de croquetas y correas de cuero italiano, el cine afrodisruptivo todavía encuentra fuerza para alzar la voz.

Ahí entra en escena el Quibdó Africa Film Festival. Un festival nacido en una ciudad tropical, húmeda, improbable: Quibdó, capital del Chocó, donde la lluvia cae como si Dios hubiera olvidado cerrar la llave del cielo. Una ciudad que las postales oficiales ignoran, pero donde el río Atrato se enrosca como una frase interminable de García Márquez. Y fue precisamente en esta “periferia” donde hace siete años plantamos las raíces de un festival que sueña con tender puentes entre África y su diáspora.
¿Por qué un festival de cine afro en Quibdó?, me preguntan a veces, con la ceja levantada como un crítico snob ante unas palomitas grasientas. Podría responder con estadísticas, análisis geopolíticos o citas académicas… Pero la verdad es más simple: porque era imposible, y por eso era necesario. Porque una pantalla blanca bajo la lluvia puede, por un instante, abolir las fronteras invisibles tema de esta edición. Porque donde el Estado llega tarde, el cine llega puntual.
El QAFF 2025 presenta 71 películas de 32 países y territorios: documentales ásperos, poemas visuales experimentales, animaciones juguetonas, largometrajes que persiguen tus insomnios. Aquí se viaja de Lagos a Pointe-Noire, de Medellín a Kinshasa, de Salvador de Bahía a Cali, de Luanda a geografías que Google Maps duda en reconocer. El festival no se limita a proyectar: incomoda, divierte, provoca.
La mayoría de nuestras funciones son gratuitas un lujo raro en un mundo donde hasta el agua embotellada se cobra. Pero gratis no significa sin valor. Nuestros espectadores suelen salir con los ojos dilatados, como si les hubieran inyectado una dosis de conciencia crítica en la retina. Y créanme, no es un efecto secundario desagradable.
Este año hablamos de “Fronteras Invisibles”. No las líneas que traza un GPS con precisión quirúrgica, sino las que se instalan en la cabeza: prejuicios, estereotipos, silencios heredados. Invisibles como la línea que aún separa, en ciertos imaginarios, el arte “noble” del arte “comunitario”. Invisibles como la historia africana en los manuales escolares europeos, o la afrocolombiana en los de Bogotá.
Pero un festival no es una misa ni una sesión de psicoanálisis colectivo. Aquí habrá risas, ritmos, debates, amores fugaces de festival, cafés derramados sobre camisas blancas y noches demasiado cortas. Las películas son el pretexto; las conversaciones, el verdadero tesoro. Porque si el cine es imagen, un festival es vínculo.
A quienes todavía creen que África es un país, les ofrecemos una visa poética a 32 territorios distintos. A quienes piensan que las diásporas son pura nostalgia, les mostramos que son sobre todo invención. Y a quienes dudan de que Quibdó pueda ser capital cultural, les respondemos con una sala llena un martes por la tarde, donde unos chicos de barrio descubren por primera vez que una película también puede hablarles de ellos, con su acento, su dolor y su risa.
El QAFF no es alfombra roja salvo que cuenten el barro rojo de las calles tras un aguacero. No tiene yates, pero sí canoas. No brinda champagne en copas finas, pero sí viche, nuestro ron artesanal, servido con un orgullo que supera a cualquier cóctel de moda. Y, sobre todo, tiene una promesa: hacerte cruzar esas fronteras invisibles, sin pasaporte ni visa, solo con los ojos bien abiertos.
En este mundo de perro, donde a veces confundimos entretenimiento con anestesia, el Quibdó Africa Film Festival insiste, siete años después, en ladrar contra la indiferencia. Y su ladrido, créanme, suena sospechosamente a melodía.



Comentarios