Ñangá : el viaje del espíritu desde el Atrato hasta el asfalto
- QAFF Fundation
- 28 may
- 3 Min. de lectura
El Terminal Sur como umbral
1:30 de la madrugada, Terminal Sur de Bogotá.Hay pocos lugares más humildemente sagrados que una estación de buses en plena madrugada: todo es silencio denso, calor humano evaporado, y maletas cargadas de cosas que no caben en el cuerpo. Yo estoy sentado, solo, en una banca, con la espalda tensa y los ojos demasiado abiertos. Espero un bus que viene desde el Chocó. No por nostalgia, ni por rutina, sino porque en ese bus viaja un barril pequeño. No es ron, no es aguardiente. Es viche. Pero no cualquier viche: es Ñangá.

¿Y qué es Ñangá? Podría decir que es el viche oficial del festival. Podría decir que es una bebida. Pero mentiría si no dijera, antes que todo: Ñangá es espíritu en tránsito.
El origen: un pueblo llamado Amé
Ñangá fue destilado por manos de mujeres del corregimiento de Amé, también conocido como Boca de Amé, forma parte del municipio de Medio Atrato, en el departamento del Chocó, Colombia. Ubicado en la zona centro-occidental del municipio, Amé abarca una extensión de aproximadamente 14.201,93 hectáreas y cuenta con una población cercana a los 186 habitantes. De esas mujeres que conocen la tierra como quien conoce un cuerpo amado: saben cuándo la caña está lista, cuándo el fuego debe bajar, cuándo el vapor ya es canto. Allá el viche no se bebe para emborracharse. Se bebe para recordar. Para curar. Para invocar.
Y sí, allá también hay risas, porque el viche cura, pero también arrecha. Hay quienes dicen que el tumba catres lo inventó una mujer harta de un marido flojo. Y si no fue así, no me lo digan: prefiero creerlo.
La historia destilada
El viche fue perseguido por años. Llamado “ilegal”, “clandestino”, “peligroso”. Como tantas otras expresiones de la cultura afrodescendiente, fue tachado de marginal… hasta que lo vieron en copas elegantes en restaurantes de Chapinero Alto. Entonces empezó a ser “exótico”, “ancestral”, “de autor”. Pero quienes lo hicieron nunca buscaron glamour: buscaban sobrevivir, curar la fiebre, ahuyentar el mal de ojo, o simplemente brindar por un muerto con dignidad.
Cuando en 2021 fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de Colombia, algunos pensaron que era el fin del viche libre. Pero no. Fue su renacimiento.
Ñangá: lo invisible que guía
Es fuerza callada, presencia que no se ve pero se siente, sabiduría que no necesita forma para existir. El Ñangá de esta historia viaja dentro de una barrica de 2.5 galones. No nació de prisa: fue destilado con sombra y silencio, tras quince días de fermentación paciente, como si cada burbuja contara una historia que solo el río Atrato entiende.
No es un trago para olvidar. Es un trago para escuchar. Para honrar. Para revelar lo que no se dice con palabras.
Cuando lo vi bajar del bus, envuelto en una frazada de cuadros, supe que el festival ya podía comenzar. No porque llegaran las películas, ni los discursos, ni los invitados.Sino porque había llegado lo esencial: el espíritu. Ñangá.
Ñangá, el viche del Quibdó África Film Festival
Este año, Ñangá no estará en vitrinas. Estará en el centro del ritual.
Será servido en la ceremonia de apertura, en vasos pequeños, con el respeto de quien sirve tierra líquida.
Tendrá su barra sensorial, donde se contará su historia en cada trago.
Será tema de conversatorios, narrado por las mujeres que lo destilan, no por sommeliers con acento impostado.
Y sí, habrá fiesta. Porque Ñangá no es vino sagrado: es licor vivo. Te mira con picardía desde el fondo del vaso. Se ríe de ti si no sabes bailarlo. Y te abraza, si vienes del Atrato, o si lo llevas dentro, aunque hayas nacido lejos.

Epílogo: el sabor del río en la boca
Ahora, mientras escribo estas líneas, vuelvo a ese instante sagrado en que abrí la barrica por primera vez. El olor me golpeó como una cachetada dulce: había humo, madera, monte húmedo y una historia fermentada entre cantos. Fue como abrir la boca del río… y que el río hablara.
En ese preciso momento, supe que dos mundos se tocaban: el del monte que respira en Boca de Amé, y el del asfalto inquieto de esta ciudad que aún no sabe escuchar.
Porque Ñangá viene de allá, del lugar donde el Atrato se vuelve palabra, donde las mujeres saben leer los ciclos del agua, y destilan memoria entre trapos y calderos.
Ñangá ya está en Bogotá. Y como todo espíritu verdadero, no llega solo: llega con memoria, con música, con deseo, y con una advertencia que no hace ruido, pero que se clava hondo:
“No me expliques. Bébeme. Pero bébeme con respeto.”
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